sábado, 18 de junio de 2011

Las hojas verdes

El hombre tenía un enorme jardín. En realidad, más que un jardín, era un desaprovechado terreno que habría sido perfecto para ser convertido en un jardín. Pero este hombre nunca había tenido ganas de hacer nada allí, ni siquiera se lo planteaba. Había visto los jardines de otros: no era algo que llamara su atención. Incluso se contentaba observando la seca tierra y viendo lo vacío que resultaba.

Y entonces llegó la primavera y, con ella, una sorpresa brotó de la tierra. El hombre estaba asombrado. ¿Qué clase de planta podría crecer allí?
A pesar de su poco gusto por aquello, de su poco interés, decidió que no estaría mal probar qué sucedía si la regaba.


En los siguientes días, el hombre acudió con agua para las pequeñas hojas verdes que con decisión crecían.
Y, poco a poco, comenzó a sentirse bien contemplando cómo las hojitas fueron dando lugar a una hermosa planta que nunca había visto antes.

Le gustaba sentirse responsable de ella, notar que gracias a él continuaba creciendo. Decidió abonarla, procurarle todo lo que necesitara.

Una mañana, cuando el hombre fue a ver cómo evolucionaba, se dio cuenta de algo nuevo: una flor de intenso color rojo contrastaba con el verde brillante del tallo y las hojas. El hombre estaba feliz, jamás había imaginado que algo tan precioso pudiera crecer en lo que antes era un montón de seca tierra. Estaba deseando que pasaran los días para ver cómo aparecían más flores. Tal vez cada una fuera de un color, y darían olor a todo el jardín; porque tendría un jardín, sí, lo llenaría todo con esos delicados seres. Soñaba con ello, y se preguntaba cómo no se le había ocurrido hacerlo antes.

Con el paso de los días, el sol iba adquiriendo más fuerza, dejando atrás la frescura de la primavera. Los días se volvieron calurosos, cada vez costaba más mantener la tierra húmeda, y la planta necesitaba más y más agua para poder sobrellevar la llegada del verano. Al principio, el hombre seguía regándola con normalidad, continuaba admirando su hermosura, embriagándose con su aroma, pero el calor comenzaba a hacerse difícil de soportar. Las mañanas pronto se convirtieron en horas de elevadas temperaturas y de las tardes se apropió un intenso bochorno.
Al hombre cada vez le suponía más esfuerzo salir de su casa y exponerse al calor, y, simplemente, fue descuidándola.
La planta comenzó a mostrar languidez en sus hojas, a perder el verdoso brillo, a dejar de perfumar el jardín… Su tallo fue curvándose; se agotó esa vitalidad que la había caracterizado.
Y el hombre la contemplaba a través de una ventana; sentía pena, pues estaba dejando que algo que le había hecho sentir tan bien se perdiera. Pero el calor era demasiado para él. Sabía que, si salía, sólo le supondría unos minutos, y que lo que recibiría a cambio sería  maravilloso; pero prefirió continuar cómodamente observándola tras el cristal, dejarla morir. Sabía que nunca más tendría una planta como aquella, de hecho, sabía que ya nunca volvería a tener jardín. Sabía que, a partir del momento en que su preciosa planta muriera, sólo le quedaría el montón de tierra seca que siempre había tenido.

Y, al final, su preciosa planta, se marchitó.

3 comentarios:

Luis CS dijo...

Jope, que intenso y emotivo.

Si pudiera llorar, lo habria hecho xD

Violeta dijo...

Bueno... con esa intención lo escribí.

Entonces, lo has hecho :)

Luis CS dijo...

¿¡Perdona!? xD

¿Quieres decir q lo escribistes para q la gente llore? jaajajja, pero q cruel serías xP

PD: Estoy en clase, y he conseguido 'arreglar' el ordena este.

PD2: Yo no lloro, no tengo esa 'capacidad'.