miércoles, 18 de abril de 2012

En negro.


Una noche sin luna y sin estrellas. Una noche más oscura que ninguna. Sin viento, sin los sonidos habituales de la hora en la que el Sol se ha ido. Una noche sin nada más que ella misma y la certeza del suelo sobre el que pisas. Una negra inmensidad en la que sólo puedes avanzar.

Y eso hacía ella: caminar, caminar sin rumbo, dar un paso tras otro sin saber a dónde se dirigía. "Pero tiene que haber algo más que esta oscuridad", se decía.
Antes de comenzar a andar se había quedado detenida, estática en ese lugar. Sin oír nada, sin sentir nada más allá de sus propios pensamientos. Estaba sola. ¿Y por qué avanzar? Era más fácil quedarse allí. Tal vez no pasara nada. Podría simplemente esperar. Pero algo la impulsaba a mover su cuerpo en aquella dirección en la que se dirigía.
¿Cuánto tiempo pasó caminando? Imposible de decir. ¿Cómo se pueden contar los días si no tienes ninguna referencia, ninguna alteración o desviación de la rutina? Y la rutina en este caso sólo era oscuridad.
Sin darse cuenta, cerró los ojos y siguió así su marcha. ¿De qué le servía mirar a su alrededor si no vería nada?
Y avanzó, si es que avanzaba, durante un tiempo que no era tiempo, pues era incontable.

Pero algo comenzó a cambiar. Percibía un ligero hormigueo en la piel, una leve brisa, tal vez. Intentó abrir los ojos, pero no le era posible, los sentía como si llevara una eternidad sin usarlos. Y mientras hacía esfuerzos para poder mirar en torno a ella, empezó a oír. Hasta el momento se había sentido sin esa capacidad, como si estuviera sorda, no oía ni su propio corazón, ni sus propios pasos. Nada. Pero ahora lo oía todo, lo que era "todo" en ese lugar en el que no había nada.
Y cuando consiguió abrir los ojos se dio cuenta de que la oscuridad había quedado atrás. Esa noche sin sombras, esa noche que no era noche en realidad, que no tenía ni luna ni estrellas, se había convertido en la más preciosa de todas ellas. Miles de luces desde el cielo iluminaban débilmente el camino por el que pisaba. Miró hacia atrás y vio la inmensa negrura alejarse, o, mejor: vio cómo ella misma se alejaba de allí, de aquel lugar, si es que era un lugar, de esa noche que no era noche donde el tiempo no existía y donde no sentía nada más allá de sus propios pensamientos.
Ahora sí sabía a dónde se dirigía: una nueva noche con estrellas.